Relatos que despertaron mi imaginación
Durante mi infancia tuve en mi posesión numerosos libros que contenían extraordinarios relatos sobre dragones. Algunos hablaban de sus orígenes, otros del terror que causaban a los pueblos de toda Europa y Asia. Hoy vengo a hablaros de uno de los relatos que más me gustaron, relacionado con los fabulosos tesoros que estas bestias escondían. Espero que lo disfruten tanto como yo en su momento. También podréis saber más sobre estas criaturas visitando este post sobre las razas de dragones.
Enojados merodeadores de los Alpes
En la región alpina de Francia y en los cantones suizos vecinos vivía un dragón llamado vouivre, palabra derivada de vipera (víbora en latín). La vouivre, era una criatura magnífica, tan llena de joyas cómo el fabuloso tesoro que decían que guardaba. Sus escamas brillaban cómo diamantes. Llevaba una corona de perlas, y en medio de la frente tenía un enorme rubí que constituía su único ojo. La piedra era tan luminosa que el dragón parecía envuelto en fuego cuando volaba. Durante siglos, los padres franceses dijeron a sus hijos que las estrellas fugaces indicaban el vuelo del dragón a través del cielo nocturno.
Una noche cada año, la criatura era vulnerable. Dejaba su guarida -que podía estar en las ruinas de un castillo o monasterio, en una gruta o una grieta entre las rocas- y volaba a lagos y ríos para bañarse y beber. Cuando entraba en el agua, se quitaba el rubí para dejarlo en el fondo. Una vez ciego, bebía hasta hincharse.
Parecía haber en ello una oportunidad. A los campesinos de la región les gustaba decir que cualquier persona suficientemente valerosa para acercarse a la bestia y apoderarse de la piedra sería tan rica como un rey. Mientras que la vouivre, privada de la vista para siempre, languidecería hasta morir. Mas esto eran ilusiones, porque el fiero dragón vivió varios siglos, y ningún relato nos habla de que los campesinos se aprovecharan del tesoro.